El Sendero del Conocimiento
Mientras exista la muerte, una y otra vez se presentará la pregunta: "¿Es la muerte el fin de todas las cosas a las que estamos tan apegados, como si fuesen la más real de las realidades, la más sustancial de todas las sustancias?".
Luego existe el deseo de ser feliz. Todos corremos detrás de algo que nos haga felices. Proseguimos nuestras carreras locas en el mundo exterior de los sentidos.
Hay otra postura: buscar una explicación, buscar lo real, descubrir lo real en medio de este mundo eternamente cambiante y evanescente.
Es un hecho altamente significativo que todas las religiones, sin explicación, sostienen que el hombre es una degeneración de lo que fue, tanto si esto lo arropan las palabras mitológicas, o en un claro lenguaje filosófico, e incluso en las bellas imágenes de la poesía.
En el mismo árbol hay dos pájaros, uno en la copa, el otro en una rama inferior. El de la copa está en calma, silencioso, majestuoso, inmerso en su propia gloria. El de la rama inferior, que picotea frutos dulces y amargos por turnos, y salta de rama en rama, es feliz y desdichado en turnos. Al cabo de algún tiempo, el pájaro de las ramas come un fruto excepcionalmente amargo y esto lo disgusta. Entonces levanta la mirada y ve al otro pájaro, muy hermoso con su plumaje dorado, que no come ni frutos dulces ni amargos, que no es feliz ni desdichado, sino que está muy tranquilo, centrado en su Yo, sin ver nada mas que su Yo. El pájaro inferior envidia esta condición, pero de pronto olvida y vuelve a picotear los frutos. No tarda mucho en comer otro fruto excepcionalmente amargo, que le hace sentirse muy desgraciado, y otra vez eleva la mirada y trata de acercarse al pájaro de la copa del árbol. Vuelve a olvidarse de ello, pero pasado el tiempo levanta de nuevo la mirada. Eso sucede una y otra vez, hasta que llega muy cerca del bello pájaro y ve la luz reflejada del plumaje jugueteando con su propio cuerpo; entonces siente un cambio y parece fundirse. Se aproxima más, y todo lo que le rodea se funde y al fin entiende este maravilloso cambio. El pájaro inferior era sólo una sombra, al parecer insustancial, un reflejo del pájaro superior. El era, esencia, el pájaro superior. El picoteo de frutos dulces y amargos, y ese pájaro inferior, que era feliz y desdichado por turnos, era una quimera vana, un sueño. Todo el tiempo el pájaro real estuvo arriba, tranquilo y silencioso, glorioso y majestuoso, más allá del dolor, más allá del pesar.
Mientras exista la muerte, una y otra vez se presentará la pregunta: "¿Es la muerte el fin de todas las cosas a las que estamos tan apegados, como si fuesen la más real de las realidades, la más sustancial de todas las sustancias?".
Luego existe el deseo de ser feliz. Todos corremos detrás de algo que nos haga felices. Proseguimos nuestras carreras locas en el mundo exterior de los sentidos.
Hay otra postura: buscar una explicación, buscar lo real, descubrir lo real en medio de este mundo eternamente cambiante y evanescente.
Es un hecho altamente significativo que todas las religiones, sin explicación, sostienen que el hombre es una degeneración de lo que fue, tanto si esto lo arropan las palabras mitológicas, o en un claro lenguaje filosófico, e incluso en las bellas imágenes de la poesía.
En el mismo árbol hay dos pájaros, uno en la copa, el otro en una rama inferior. El de la copa está en calma, silencioso, majestuoso, inmerso en su propia gloria. El de la rama inferior, que picotea frutos dulces y amargos por turnos, y salta de rama en rama, es feliz y desdichado en turnos. Al cabo de algún tiempo, el pájaro de las ramas come un fruto excepcionalmente amargo y esto lo disgusta. Entonces levanta la mirada y ve al otro pájaro, muy hermoso con su plumaje dorado, que no come ni frutos dulces ni amargos, que no es feliz ni desdichado, sino que está muy tranquilo, centrado en su Yo, sin ver nada mas que su Yo. El pájaro inferior envidia esta condición, pero de pronto olvida y vuelve a picotear los frutos. No tarda mucho en comer otro fruto excepcionalmente amargo, que le hace sentirse muy desgraciado, y otra vez eleva la mirada y trata de acercarse al pájaro de la copa del árbol. Vuelve a olvidarse de ello, pero pasado el tiempo levanta de nuevo la mirada. Eso sucede una y otra vez, hasta que llega muy cerca del bello pájaro y ve la luz reflejada del plumaje jugueteando con su propio cuerpo; entonces siente un cambio y parece fundirse. Se aproxima más, y todo lo que le rodea se funde y al fin entiende este maravilloso cambio. El pájaro inferior era sólo una sombra, al parecer insustancial, un reflejo del pájaro superior. El era, esencia, el pájaro superior. El picoteo de frutos dulces y amargos, y ese pájaro inferior, que era feliz y desdichado por turnos, era una quimera vana, un sueño. Todo el tiempo el pájaro real estuvo arriba, tranquilo y silencioso, glorioso y majestuoso, más allá del dolor, más allá del pesar.
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