Todo lo que hacemos en el transcurso de una jornada deja huellas en los lugares que ocupamos. Son sellos, clichés, una memoria que queda ahí, fijada en el plano etérico, sobre las paredes, los muebles, los objetos. No es necesario tocar los objetos para dejar huellas en ellos; aunque no los toques, las emanaciones de nuestro cuerpo mental se imprimen en ellos. Y en los lugares por los que pases, en las personas con las que te relacionas, dejas también huellas buenas o malas, luminosas o sombrías. Por eso es tan importante trabajar con nuestros pensamientos y nuestros sentimientos para mejorarlos, purificarlos, sabiendo que podemos hacer el bien o el mal no sólo con los actos, sino con los pensamientos.
En todas partes, en cualquier lugar por el que pases, esfuerzate para no dejar más que huellas de luz y de amor. Cuando pases por un camino, por una calle: bendice ese camino o esa calle pidiendo que todos los que pasen por él reciban la paz y la luz, que sean llevados por el buen camino, que vibren al unísono con el mundo divino.
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