Un antiguo alquimista, Juan de Rupescisia, escribió en el siglo XIV que la alquimia es «el secreto del dominio de fijar el Sol en nuestro propio cielo, para que brille allí y arroje luz, y el principio de la luz, sobre nuestros cuerpos».
Para descubrir este secreto, los alquimistas tenían que aprender a dominar el arte de disolver todas las barreras de la separabilidad. Entre estas barreras se con
taban, sobre todo, todas las ideas o conceptos que apuntaran a una distinción sensorial entre el «allí fuera» y el «aquí adentro». Por tanto, la membrana más notable que tenían que disolver era la que separaba la mente de la materia. Aspiraban a aclararse a sí mismos la invalidez de la distinción entre el mundo real y el mundo imaginal. Para ello, tenían que descubrir el modo de pasar de manera consciente y voluntaria de uno de los reinos al otro.
En este antiguo dibujo alquímico, que he elegido como imagen de esta reunión que es nuestra página, vemos hermosamente expresada metafóricamente la necesidad de tornar “porosa” la división con “nuestro propio cielo”, para así traer a nuestra vida cotidiana lo sagrado… que nos habita internamente, aquello que nos hace únicos..
En este antiguo dibujo alquímico, que he elegido como imagen de esta reunión que es nuestra página, vemos hermosamente expresada metafóricamente la necesidad de tornar “porosa” la división con “nuestro propio cielo”, para así traer a nuestra vida cotidiana lo sagrado… que nos habita internamente, aquello que nos hace únicos..
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